Sombras de culpa by Sharon Kendrick

Sombras de culpa by Sharon Kendrick

autor:Sharon Kendrick
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2022-10-19T10:52:16+00:00


Capítulo 8

Livvy se incorporó y siguió a Saladin con la mirada mientras se alejaba. Estaba observándolo igual que su gata Peppa observaba a veces a un pájaro que cruzaba a saltitos el jardín. Sus ojos subieron por los fuertes muslos, coronados por unos glúteos firmes, siguieron las líneas de las caderas…

Saladin tomó el móvil, que seguía vibrando, y contestó en una lengua extranjera que ella supuso que sería el idioma que hablaban en Jazratán. Se fijó en que de cuando en cuando se quedaba escuchando lo que le estuviera diciendo la persona al otro lado de la línea, pero que durante la mayor parte del tiempo era él quien hablaba, y parecía que estuviera dando órdenes. Sonrió divertida y volvió a tenderse en la alfombra.

Giró la cabeza hacia la ventana. Fuera había dejado de nevar, pero no parecía que la nieve se estuviese derritiendo. A pesar del fuego empezaba a notarse la falta de calefacción, y no quería ni pensar en el frío que debía hacer en el piso de arriba.

La euforia embriagadora que la había envuelto tras el sexo empezó a disiparse cuando se puso a pensar en los problemas que podía acarrear aquel corte de luz. Los ocho huéspedes que esperaba llegarían dentro de un par de días… ¡y no había electricidad!

Se levantó como un resorte, recogió sus braguitas del suelo, y acababa de ponérselas cuando notó una mano en su trasero.

–¿Se puede saber qué haces?

Cuando se giró, Saladin estaba mirándola con el ceño fruncido, como contrariado.

–Me estoy vistiendo.

–¿Por qué, cuando quiero hacerte el amor otra vez? –la increpó él, deslizando un dedo por sus braguitas, a lo largo del hueco entre sus nalgas.

–Porque… –irritada consigo misma por el calor que afloró de inmediato en su vientre, Livvy intentó apartarse de él, pero Saladin dio otro paso hacia ella–. ¡Porque no hay electricidad y todo lo que tengo en el frigorífico y el congelador empezará a echarse a perder, y cuando lleguen los huéspedes no tendré nada que ponerles para desayunar! Y aunque imagino que tú no tienes que preocuparte por cuestiones triviales como esas, yo tengo que ganarme el sustento.

–¿Y qué vas a solucionar vistiéndote si tus huéspedes ni siquiera llegan hoy? –replicó él, con un brillo burlón en los ojos.

Livvy no pudo llegar a contestar su pregunta porque de repente volvió la electricidad y se encendieron las lámparas del salón.

–Ha vuelto la luz –murmuró Saladin.

Y justo a continuación el penetrante ruido del teléfono inalámbrico rompió el silencio. Livvy no pudo evitar, a pesar de todo, sentir una profunda decepción. El mundo exterior estaba a punto de irrumpir en su pequeño paraíso y de pronto no quería que ocurriera.

–Será mejor que contestes –dijo Saladin.

Livvy fue hasta la mesita del teléfono, vestida como estaba solamente con las braguitas, y se apresuró a contestar. Durante un buen rato Saladin la vio asentir con la cabeza a lo que le estuviera diciendo quien había llamado.

–No, no, no pasa nada, Alison –dijo entonces–. En serio, no importa. Lo comprendo. Yo habría hecho lo mismo en tu lugar… Sí… Sí, eso espero… Claro, lo haré… Por supuesto.



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